—¡No! —gritó James en un último intento por pedir clemencia, pero ya era demasiado tarde. El agua lo cubrió por completo, envolviéndolo junto con la silla, hundiéndolo en la oscuridad fría del fondo.
Anthony se quedó inmóvil, observando el caos que acababa de provocar. Los burbujeos del agua, los movimientos desesperados de James intentando liberarse… todo parecía suceder en cámara lenta ante sus ojos. La silla de ruedas comenzó a arrastrar el cuerpo de su tío hacia el fondo de la piscina, sumergiéndolo más y más. Las burbujas ascendían rápidamente, mientras James intentaba a toda costa no sucumbir a su destino.
Richard, atónito por la brutalidad de lo que acababa de suceder, corrió hacia el borde de la piscina, gritando el nombre de James con desesperación.
—¡Anthony! ¡Basta! —clamó Richard, su voz cargada de horror—. ¡Detente, por el amor de Dios!
Pero Anthony no se movió. Miró a su abuelo con frialdad, casi como si la humanidad hubiera abandonado sus ojos por completo.
—No hay nada