Mientras Anthony esperaba con los ojos fijos en su abuelo, el silencio que reinaba en la vieja mansión parecía anunciar el inicio de una tormenta que ninguno de ellos podría detener.
James apareció en la sala con una calma casi perturbadora, su rostro inmutable mientras se dirigía hacia Anthony, que lo observaba con una mirada filosa, cargada de desprecio. Los ojos de James, oscuros y vacíos, parecían dos pozos que absorbían la situación sin permitir que su verdadero estado de ánimo saliera a la luz. Mantenía su papel a la perfección, como siempre lo había hecho, sin mostrar debilidad ni temor.
—¿A qué se debe todo este alboroto? —preguntó James con voz calmada, mirando directamente a Anthony, como si el caos que lo rodeaba fuera apenas una trivialidad.
Pero Anthony, consumido por la ira y el dolor de las revelaciones que había descubierto, no estaba dispuesto a seguir jugando el juego de James. Sin responder de inmediato, avanzó hacia él con pasos decididos, y en un instante, lo tomó