La puerta del ático se cerró tras Katherine, y el silencio que siguió fue casi ensordecedor. Anthony permaneció quieto, su respiración pesada mientras miraba fijamente la puerta. La furia y la frustración hervían en su interior, mezcladas con algo más profundo: un miedo que apenas se atrevía a reconocer. El control, su arma más poderosa, parecía tambalearse frente a Katherine.
Caminó hacia la ventana y apretó los puños, observando las luces de la ciudad que se extendían más allá del horizonte. La sensación de pérdida era algo que había experimentado antes, pero nunca de esta manera. Katherine no solo era su esposa, ella representaba la única vulnerabilidad que lo hacía humano, y su rechazo constante lo corroía.
De repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Lo sacó rápidamente y vio el nombre de Alexander en la pantalla. La llamada era urgente.
—¿Qué tienes?— preguntó Anthony, su voz más afilada de lo habitual.
—Jefe, he recibido nueva información sobre los Marsh—, dijo Alexander, su t