El cuarto estaba sumido en la penumbra, con solo la tenue luz de la luna filtrándose a través de las cortinas pesadas. Dos cuerpos yacían entrelazados en la cama, sus pieles desnudas brillando con un sudor sutil tras un encuentro apasionado. Las sábanas blancas estaban desordenadas a su alrededor, un testigo silencioso de la conexión ardiente que habían compartido.
Sofía, con una sonrisa satisfecha, se apartó un poco, dejando que el aire fresco de la noche acariciara su piel. Con movimientos elegantes, buscó un cigarrillo en la mesita de noche y lo encendió. El humo se elevó en espirales suaves mientras lo llevaba a sus labios, disfrutando de cada inhalación como un triunfo. Miró a James con una mezcla de reproche y desafío.
—Si no fuera por mis propios méritos, seguiría en aquel lugar donde Anthony me llevó, y tú no hiciste nada para ayudarme —dijo, la provocación evidente en su voz.
James, recostado en la cama, tomó un cigarrillo para sí mismo y lo encendió con una calma despreocupa