Todo lo que había entre ella y Anthony era una batalla constante, un choque de emociones que iban desde el odio hasta el amor. Pero ahora, enfrentada a la posibilidad de perderlo, esa lucha parecía vacía. Sin él, la lucha no tenía sentido.
Se miró las manos, las mismas manos que habían sostenido a Anthony mientras su vida se escapaba lentamente. Estaban cubiertas de sangre, su sangre. Una sensación de vértigo la golpeó, pero antes de que pudiera perder el equilibrio, Héctor la sostuvo, firme pero gentil.
—Katherine, tienes que mantenerte fuerte —le dijo—. Debes de cuidar de ti y del bebé que llevas en tu vientre.
Las palabras de Héctor intentaron perforar la bruma que envolvía su mente, pero era difícil concentrarse. El miedo la atenazaba. El miedo de haber perdido no solo al hombre que, de alguna manera, amaba, sino al padre de su hijo. Cerró los ojos, buscando la fuerza en su interior, la misma fuerza que la había mantenido viva a lo largo de tantas tragedias.
Cuando uno de los para