Cuando abrí los ojos sentí la boca seca, pastosa, y un dolor agudo me atravesaba la cabeza como una punzada. Todo se veía borroso, pero de lejos podía distinguir la voz de Sebastian hablando por el móvil. Intenté incorporarme, pero algo en mí me decía que debía quedarme quieta. Entonces escuché mi nombre y me quedé inmóvil en silencio, escuchando.
—No te preocupes, mi amor, no permitiré que nada malo te suceda. Lo mejor es que ella misma crea que lo mató. No me importaba esa bastarda; que se haya muerto fue lo mejor. Sabes que te amo. Ya eliminé todo el video de las cámaras de las escaleras. Fue un accidente, tú no tuviste la culpa. —Su voz sonaba fría, calculadora—. Por desgracia, ella llegó furiosa al hotel y nos descubrió… pero lo importante es que el bebé esté muerto y yo esté contigo.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me levanté bruscamente y, sin pensarlo, le di una cachetada. Sebastián quedó helado, mirándome con incredulidad.
—¡Estás loca! —me gritó.
—¿Cómo es posible…?
Yo empecé a quejarme, sentí un líquido tibio recorrer mis piernas y al mirar vi un charco de sangre bajo mí.
—¡Estúpida! —escupió él—. ¿Quieres morirte sola? ¡Muérete pero no al lado mio! ¡Eres una mala mujer! ¡Te tiraste por las escaleras! ¿Ahora vienes a decir que alguien te empujó?
—¿Estás tratando de hacerme creer que estoy loca?— Le pregunté con un nudo en la garganta.
—Si lo estas. No te acuerdas porque estas delirando. No culpes a nadie.
—¡Claro que me empujaron! —grité—. ¡Y estabas hablando con esa mujer, Mónica…!
—Mónica no tiene nada que ver —me interrumpió con desprecio—. Necesito el divorcio. No deseo a una mujer como tú cerca de mi hijo, eres una asesina.
El mundo me dio vueltas. Caí de rodillas mientras la sangre me corría entre las piernas. Las manos me temblaban. El médico entró al cuarto y se sorprendió al verme suelo. Sebastián ni se inmuto en ayudarme.
—Señora, ¿qué le pasa? —preguntó mientras me sostenía.
—Ayúdeme, por favor… quiero ver a mi bebé —dije con la voz quebrada.
—Lo lamento mucho —respondió el médico—. Hemos hecho todo lo posible, ya hemos preparado su cuerpo, pero usted necesita quedarse un tiempo más. Su herida se volvió a abrir y no puede irse aún.
—Déjala que se muera. Ella esta desquiciada.— espetó Sebastián.
Lo miré con rabia y dolor.
—Maldito ¿Doctor, usted le cree? —le espeté—. ¿Cree que yo me provoqué esto sola? ¡No estoy loca, doctor! ¡Me empujaron!
El médico no respondió. Las enfermeras entraron a mi auxilio.
— Doctor, créame no estoy loca.
El médico lo único que logro hacer era mover la cabeza en un asentimiento. Pero ese dolor no era nada comparado con lo que acababa de perder. Finalmente Sebastián se fue y me dejo tirada en el hospital.
***
Cuando me entregaron el cuerpo de mi bebé lo único que pude hacer fue mirarla. Parecía una muñeca… su piel fría, sus ojos cerrados, su cuerpo inmóvil.
Más tarde llegué al cementerio. Bajo la lluvia hice los papeles para abrir un hueco al lado de la bóveda de mi padre y de mis abuelos. Con el corazón hecho trizas apreté la tela mojada que llevaba en las manos y juré, frente a la pequeña tumba de mi hija, que esto no se quedaría así. Hoy enterraba a mi hija y también mi alma. A partir de hoy, cada palabra, cada paso, sería una venganza. Todo empezaría por Sebastian Mónica los principales causantes de mi desdicha.
Me limpié las lágrimas y subí al auto que había contratado, me dirigí rumbo a la mansión. Al entrar, todos me miraron en silencio. Mi niño estaba detrás de su padre.
—Vaya, ya saliste del hospital. Pensé que nunca volverías. Ya estaba mas que emocionado —expresó Sebastian con sarcasmo.
—Eres un imbécil —le solté—. Un descarado.
—Por favor, Avril, compórtate. ¿No ves que el niño está aquí? —dijo él mientras impedía que mi hijo se acercara a mí.
—Ven, cariño —llamé a mi niño.
Pero Sebastián lo detuvo y le ordenó a Ester que se lo llevara a la habitación.
—Pero quiero estar con mi mami —lloró mi hijo.
—Después, cariño —respondió el imbécil, sin mirarme.
Yo apreté los puños.
—¿Por qué no me dejas acercarme a mi hijo?
—Tenemos que hablar — mencionó él, seco.
—Tú y yo no tenemos nada que hablar.
—Aquí tengo la carta de divorcio —soltó con frialdad—. Quiero que la firmes. No quiero estar con una loca como tú.
—¿Loca yo? —escupí indignada.
—Sí. Fuiste capaz de rodar por las escaleras para llamar mi atención. Inventaste lo del amante. Pero lo del amante no es mentira. De hecho, Mónica pronto vendrá a vivir conmigo, ella sera mi esposa.
Lo miré helada.
—Jamás te amé —siguió él—. Me casé contigo por capricho de tu familia y por mi hijo. No hay nada más que nos una. Lárgate de esta mansión.
—¿Que me largue? Esta casa la compré yo.
—Lastimosamente esta en mi nombre, igual los hoteles, las propiedades todo está a mi nombre. ¿Recuerdas los documentos que firmaste? — aseguró mientras tiraba varios papeles a mis pies.
Me incliné con dificultad y los recogí. Al ver las firmas me quedé helada.
—Yo nunca firmé esto jamás te he cedido mis acciones ni mis hoteles.
—Pues lamento que no lo recuerdes —respondió con una sonrisa cruel—. Estabas tan enamorada que ni cuenta te diste. Usp perdon, estas loca. Ahora firma el divorcio y lárgate.
Rápidamente agarré un lapicero y firmé.
—Mis hoteles jamás serán tuyos —declaré, devolviéndole el papel—. Lárgate tú de mi vida, maldito y quiero ver a mi hijo —supliqué.
—Saquen a esta loca —ordenó Sebastián a los guardias—. Es capaz de matar a su propio hijo.
—Eres un mentiroso—grité—. No estoy loca…
—Lo siento —respondió él, casi disfrutando—. Incluso he hablado con un médico. No podrás acercarte a Andrés en tu estado los tribunales te quitaran el derecho por asesina.
Y en ese instante entendí que lo había perdido todo. Mi bebé, mi hijo, mis hoteles...Me limpié las lágrimas con las manos. Aún de pie, rota, juré que esto no quedaría así.
—Te juro que me pagaras una a una. — Declare antes de salir de la mansión.
Meses después.
Estoy sentada en la oficina de Keila, observando la carpeta del investigador privado. Respire hondo para luego sonreír triunfante. No puedo creer que haya llegado hasta esto, pero tampoco voy a perder la oportunidad de saldar cuentas.
Recuerdo la humillación en la puerta de mi casa, cómo me arrojaron a la calle con solo la ropa que llevaba puesta; recuerdo la carcajada de Sebastiàn, la lluvia mezclada con mis lágrimas, la sensación de vacío cuando pensé en mi bebé. Aquella noche juré que no me quedaría callada; hoy, frente a estas imágenes y con Keila a mi lado, esa promesa se ha vuelto un plan concreto.
—¿Crees que esto será suficiente? —pregunta Keila, apoyando los codos sobre la mesa y mirando las fotos con burla.
—Será el comienzo —respondo, y mis palabras suenan con más firmeza de la que siento—. Quiero que todo el mundo sepa quién es Sebastián Conrad, su infidelidad, sus mentiras, lo que hizo. Que no queden dudas. Primero por infiel, segundo por robo y lavado de dinero.
—Eso suena de lo mejor — comentó mi prima entre risas, luego mencionó — Y cuéntame sobre aquel ruso, y dime si aceptaras.
Le cuento sobre Dimitri Volkat, el magnate ruso que mostró interés en invertir en uno de los hoteles del Oasis. No lo he conocido en persona, pero su nombre es muy importante en Rusia, se que su llegada puede desestabilizar las alianzas de Santiago. No obstante lo quiero para otro negocio no para mis hoteles ya que no estan en mis manos.
Mi mano se cierra alrededor de una de las fotos. Veo la cara de Sebastián despreocupada en una imagen en la playa junto a Mónica. No quiero destruirlo por placer si no por humillarme y hacerme perder a mi hija.
Quiero recuperar a mi hijo y lo que es mío, reconstruir lo que me quitaron, y dejar claro que quien juega sucio debe pagar. Todo tiene que tener ritmo, filtrado, contactos, pruebas legales... falsas si es necesario, con tal de verlo hundido en la miseria.
—Filtra estas —digo, señalando las imágenes con firmeza—. Empieza por las redes, luego prensa. Pero mantén el control; que parezca un descubrimiento.
Keila sonríe con complicidad y se pone a trabajar. Yo me recuesto en la silla, aprieto los puños con fuerzas hasta que mis nudillos están rojos. Pronto dare el, Jaque mate.