—Serás mi esposa, no tengo nada que ocultar y tú tienes derecho a saber cosas como esas. Confianza mutua, ¿recuerdas? —me dijo con una seguridad que me dejó sin palabras.
Volví a mirar el celular, viendo la imagen de la pequeña Luna con sus ojos curiosos y su sonrisa inocente. Me sentí extraña sosteniendo algo tan personal, como si por un momento me estuviera adentrando en un pedazo de la vida de Erik que él no compartía fácilmente con nadie. Pero ahí estaba, entregándomelo sin reservas, como si no fuera nada. No sabía si él entendía del todo lo que significaba confiarme algo tan íntimo, tan suyo.
—La boda… me gustaría algo sencillo y pronto. Soy un hombre que se casó en un granero, así que puedes imaginarte que la ceremonia fue pequeña —dijo, mirando hacia otro lado con incomodidad.
—¿Qué te parece si lo hacemos la próxima semana? ¿Con una pequeña recepción, te parece bien? —pregunté justo antes de que la camarera llegara para entregarnos la carta.
Tomé la mía con naturalidad y comen