—Pero ¿Qué coño te sucede mujer del demonio? —Leónid sacudió a Valeria del brazo con firmeza, pero de la manera más disimulada que pudo —. Esas no eran tus malditas líneas —la cubrió con su cuerpo tratando de que se notara como si se estuviesen besando apasionadamente.
—Solo estoy cumpliendo mi parte del contrato, Leónid —lo empujó tratando de apartarlo de encima.
No porque la estuviera lastimando, sino porque se había tomado ya tres copas de champan y su aroma la seducía sin siquiera quererlo. Estaba enajenada, necesitó de toda su voluntad para cerrar los ojos y retirarse un poco de él o, sino iba a tener que llegar alguien a salvarla porque de otro modo se entregaría sin reservas.
—¡Te dije que, tenías prohibido socializar! —le habló tan cerca que su aliento bañó su cara —. Debías quedarte callada como parte del ornamento —dijo y esas palabras fueron suficiente para traerla de nuevo a la realidad.
—Vete al demonio ¡Leónid de m****a! —lo empujó. Necesitaba alejarlo a como diera lugar