A Valeria se le hizo imposible dormir. La verdad entorno a la vida de Leónid despertó en ella una piedad momentánea por el niño abandonado que fue. Se sentía como una de esas personas que se aprovechaban de la realidad ajena para destruir. Y, al ver de nuevo la foto con la imagen del niño tosco y serio, junto al nombre de Darya Vassiliev, no pudo contener una avalancha de emociones. Entre ellas, celos de esa mujer que lo lastimó y ahora no cree en las personas y mucho menos en el amor.
Ingresó al baño con el interés de lavar dudas y rencores viejos que no le pertenecen. Pero no podía dejar de pensar en la maldad que existe en el mundo y, ¿cómo una madre pudo abandonar a un hijo convaleciente? Leonid solo era un niño, de escasos dieciocho o veinte que necesitaba la ayuda y compañía de sus padres en el momento más crítico y no lo tuvo.
—Eso no es maldad, es crueldad —resopló enfadada porque por el momento no podía odiarlo, aunque lo deseara con todas sus fuerzas.
Salió del baño envuelta