Valeria había sido "liberada" de su celda dorada por Rosella, que le había entregado un vestido de noche color jade y joyas a juego, por orden de Leónid. Esta vez Nino no la acompañaba en su rutina de vestuario, la tristeza la arropó entorno a su desdicha, necesitaba a Nino para poder continuar con esta parodia. Él la animaba, el ama de llaves, en cambio, la odiaba. El mensaje estaba claro, Leonid la necesitaba controlada y con un color suave y delicado, tal como a él le gustaba. El atuendo era una burla exquisita: la prisionera vestida para exhibición.
Cuando Leónid entró en la habitación contigua a su despacho, la encontró lista. Vestida con una elegancia glacial.
—Perfecta, los colores claros te sientan mejor que la rebeldía del negro y el vino —dijo él, sin rastro de calor en su voz. Se acercó a ella, ajustándole el diamante en su cuello, un gesto de intimidad cruel—. Recuerda tu papel, Valeria. Eres mi esposa, la mujer que se desvive por mí. No una maldita agente encubierta.
—Sol