Valeria se había encerrado en la biblioteca porque la seguridad que le brindaba el aroma a pergamino viejo y madera pulida contrastaba con la tormenta que llevaba dentro después de la noche tormentosa que pasó en la fiesta. A primera hora de la tarde, Nino hizo acto de presencia con una maleta que, Rosella llevaba en las manos. Era más bien un closet plegable donde con perchas donde guardaba los encargos de última hora. No vino vestido con sus extravagantes pantalones anchos, sino con un traje de seda discreto, con la seriedad que ameritaba el momento.
—Dime, cariño. ¿Por qué el cambio de planes de último minuto? —preguntó Nino, tomando asiento en el diván de cuero.
Valeria dejó escapar un suspiro que arrastró toda la tensión acumulada desde la noche de la gala.
—La fiesta de anoche fue un desastre, al parecer Leonid y su desagradable amigo marco intercambian sus mujeres y me insinuó cosas —dijo, la palabra, intercambian sintiéndose tan fría y sucia en su boca.
—Cariño Marco es un imb