POV: Catalina
El Zoco de las Especias era un laberinto.
Un caos de colores, olores y gritos.
Azafrán. Cardamomo. Sudor.
Me encantaba.
Aquí no había aire acondicionado con aroma a jazmín sintético.
Aquí el aire pesaba. Estaba vivo.
Caminé entre los puestos, esquivando a turistas y vendedores insistentes.
Mis vaqueros se pegaban a mi piel por el calor.
Me sentía humana otra vez.
Entré en un pequeño café escondido en un callejón lateral. Al-Ustad.
Era un lugar antiguo. Mesas de madera rayada. Ventiladores de techo que giraban perezosamente.
Pedí un café turco. Espeso. Negro.
Me senté en una esquina, de espaldas a la entrada.
Saqué mi libreta de bocetos. La había comprado en un puesto hacía cinco minutos.
Mis dedos picaban por dibujar.
Pero antes de que pudiera tocar el papel, alguien chocó contra mi mesa.
El café se derramó.
Una mancha negra se extendió sobre la madera vieja.
—¡Mierda! Lo siento muchísimo —dijo una voz.
Una voz en español.
Con un acento que reconocería en cualquier parte