POV: Catalina
Las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja.
El aire acondicionado del lobby era tan frío como el corazón de mi marido.
Pero al cruzar las puertas giratorias automáticas, el calor de Dubái me golpeó.
No fue una caricia. Fue una bofetada.
Cuarenta grados a la sombra. Un aire denso, cargado de arena invisible y humedad del Golfo.
Mis pulmones se llenaron de ese aire pesado.
Y, por un segundo, cerré los ojos.
La oscuridad trajo un recuerdo.
No. No un recuerdo.
Un viaje en el tiempo.
Barcelona.
De repente, no estaba rodeada de rascacielos de cristal y acero.
Estaba en el barrio de Gracia.
Era verano.
El aire no olía a gasolina de lujo y asfalto derretido.
Olía a pan recién horneado de la panadería de la esquina. A ropa tendida al sol. A café fuerte, quemado y delicioso.
Escuché el sonido de mi antigua vida.
No el silencio amortiguado de los motores Rolls-Royce.
Sino risas. Gritos de niños jugando en la plaza de la Virreina. El tintineo de vasos en las terrazas.
Vi