(Catalina POV)
Dos días después de la cena en Pierchic, asistí a la inauguración de la Galería Nacional.
Khalid no pudo acompañarme.
—Tengo una reunión de emergencia con el consejo —dijo mientras se ajustaba la corbata frente al espejo.
Mentía.
Lo sabía porque el consejo se reúne los martes. Hoy era jueves.
Pero no dije nada.
Simplemente le abroché el botón de la chaqueta, le besé la mejilla y le deseé suerte.
Ahora, yo era la que actuaba.
Entré en la galería sola.
El lugar estaba lleno de la misma gente de siempre.
Las mismas caras operadas. Los mismos trajes de diseñador. Las mismas conversaciones vacías sobre yates y caballos.
Caminé entre las esculturas modernas con una copa de agua con gas en la mano.
Me sentía invisible.
O mejor dicho, transparente.
Como si todos pudieran ver a través de mí, pero nadie se molestara en mirar de verdad.
Me detuve frente a un cuadro inmenso.
Era un lienzo negro con una sola línea dorada que lo cruzaba en diagonal.
—Representa la fractura —dijo una