Capítulo 3
Sebastián estaba parado justo detrás de ella. Sus ojos brillaban de una manera completamente diferente cuando la miraba a ella. Jamás había visto esa expresión en su rostro:.

Escuché los susurros de otros miembros de la manada a mi alrededor:

—¿Será ella la nueva Luna de Sebastián? Dios mío, ese aroma de Omega tan dulce y puro... ¡me tiene hipnotizada! Fíjense en ese collar de piedra lunar... esos solo se los dan a las Luna de la más alta alcurnia.

—¡Por supuesto que es ella! Andan diciendo que se conocen de toda la vida. Sebastián lleva años protegiéndola sin que nadie se dé cuenta, no deja que ningún Alfa se le acerque. Apuesto a que vinieron a la Oficina Administrativa de Hombres Lobo a arreglar los últimos pendientes para la ceremonia de apareamiento. ¡Y dicen que hasta le hizo construir un resort completo en sus propias tierras!

—¡Así es como toda Omega querría que la amaran! Si mi Alfa fuera la mitad de dedicado y poderoso que Sebastián, no pediría nada más en la vida...

Todas esas miradas de envidia, celos y curiosidad se me clavaban como dagas.

Absorta en mis pensamientos, la loba mayor que procesaba mis papeles me sacó de mi ensimismamiento:

—¿Señorita Ariana? ¿Señorita Ariana? Ya terminé con su documentación.

No habló muy alto, pero bastó para que Sebastián volteara a verme.

Justo cuando metía todos mis documentos en una bolsa especial que bloquea aromas, Sebastián apareció frente a mí con su imponente estatura.

Por un instante vi pánico en su expresión, aunque lo disimuló rápidamente con su habitual compostura de Alfa.

—¿Ariana? ¿Qué haces aquí?

Elena se acercó y se colgó de su brazo con familiaridad. Su dulce fragancia de Omega me saturó los sentidos. Cuando me miró, había un dejo de desafío en sus ojos.

—Tú debes ser Ariana, la... hermana de Sebastián, ¿verdad? Mucho gusto —dijo, enfatizandodeliberadamente la palabra «hermana».

—Ya que pronto seremos familia, me da mucho gusto conocerte por fin.

Mi mirada recorrió sus cuerpos entrelazados y se detuvo en las marcas iniciales de mordida posesiva de Alfa que Elena lucía en el cuello. Esbocé una sonrisa forzada.

—Buenos días, futura Luna. Solo ando resolviendo unos asuntos de la manada por mi madre —mentí sin inmutarme—. No se preocupen por mí. Sigan con lo suyo.

Ya me dirigía hacia la salida cuando Sebastián se interpuso y me tomó del brazo. Su agarre era firme, con esa fuerza característica de los Alfa que hacía imposible cualquier escape.

Bajó la voz y habló de prisa:

—No te vayas a confundir. Traje a Elena porque unos ancianos de la manada me lo pidieron. Ya sabes cómo se ponen con las Omegas de sangre pura, para ellos son como joyas. Están súper pendientes de todo lo de la ceremonia de apareamiento y me dijeron que tenía que venir con ella a resolver unas cosas. Esta noche... los ancianos organizaron una cena familiar y Elena va a estar. Te aviso para que no te... confundas.

Al verlo así de «preocupado» por mí, no pude evitar que me diera risa.

Elena era la Luna que estaba a punto de presentar oficialmente, la mujer a la que había estado preparando para esto.

Con la ceremonia de apareamiento tan próxima, su meticuloso plan de venganza estaba a punto de consumarse.

¿Para quién eran todas esas justificaciones?

—Tranquilo, lo entiendo perfectamente. Si fue decisión de los ancianos, claro que tienes que hacerlo. No me voy a poner difícil —le dije, con voz calmada.

—Anda, vete. Te espero en casa.

Sebastián suspiró aliviado y pidió que un auto de la manada me llevara de regreso.

Después se fue con Elena hacia el taller donde estaban diseñando el vestido de la futura Luna. El aroma dulce y triunfal de Elena siguió flotando en el aire.

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