Capítulo 4
Mi madre y el padre de Sebastián sabían que Elena vendría a cenar, así que los sirvientes habían estado corriendo de un lado a otro preparando el banquete desde el mediodía. En el momento en que Sebastián entró con Elena, los dos mayores los recibieron cálidamente, y el padre de Sebastián incluso le obsequió personalmente a Elena un antiguo colgante de colmillo de lobo, símbolo de aceptación familiar.

Fingí estar enferma y me escondí en mi habitación, pero Sebastián entró con una elegante caja de regalo, cerrando la puerta tras él.

Me deslizó una pulsera de piedras lunares por la muñeca, y el frío del metal me hizo temblar. Después sacó una flor estrella nocturna, de esas que la manada conserva con técnicas ancestrales y que todavía desprendía un aroma delicado, y se hincó frente a mí. Sus ojos me miraban con una devoción casi religiosa, como si estuviera ante su diosa personal.

—Sé que no es justo tenerte así, sin poder darte lo que mereces oficialmente. Pero cuando todo esto termine, yo voy a seguir siendo tu Alfa, el más importante para ti. Voy a vivir siempre a tu lado, igual que ahora, llenándote de mi esencia todas las noches para que duermas en paz —repuso, deslizando sus dedos por mi muñeca con una caricia cargada de intención—. Ariana, no te enojes conmigo, ¿sí?

Bajé la vista hacia la pulsera de piedra lunar. El lobo tallado en ella era igual al que llevaba Elena en su collar, aunque más pequeño y sutil.

—Está bien, no me voy a enojar —dije suavemente—. Ve con tus invitados. Han estado preparándose para ti durante mucho tiempo.

Desde abajo llegaban los brindis y felicitaciones, pero mamá se notaba incómoda y tensa junto a la mesa del comedor, observando a una Elena radiante y a un Sebastián hinchado de orgullo. Como siempre, él no paraba de pedirle a mamá que fuera por más comida para Elena, que le acomodara mejor la silla. Fue en ese momento que todo el dolor, la rabia y la desesperación que había estado guardando dentro de mí se desbordaron de golpe.

Reuní cada pequeño regalo, cada prenda de ropa y cada joya que Sebastián me había dado en nombre de ser «compañeros» durante los últimos seis años, y sin pensarlo dos veces, los tiré todos al basurero en la esquina de mi habitación. En el momento en que la tapa del basurero se volcó porque estaba demasiado lleno, Elena apareció en la puerta de mi habitación como un fantasma.

Vio el desorden en el suelo, todos esos objetos que antes representaban mi "relación íntima" con Sebastián, y se le dibujó una sonrisa arrogante y descarada.

—¿Qué pasa, ya no aguantas más? —dijo, caminando elegantemente hacia mí, dejando que su aroma de Omega se sintiera a propósito—. Ariana, resultas más patética de lo que pensaba. Pero bueno, ¿qué otra cosa podía esperar de la hija de un traidor y su amante? Seguro te duele ver a tu mamá ahí abajo sirviendo como cualquier empleada, mientras yo, que voy a ser la Luna, tengo a Sebastián regaloneándome, ¿verdad?

La miré con frialdad, sin una pizca de calidez en los ojos.

—¿A dónde quieres llegar?

Elena soltó una risita burlona, se cubrió la boca con gesto teatral y me clavó una mirada despreciativa. Sacó el celular y me lo puso en la cara, enseñándome fotos íntimas de ella con Sebastián, y otras... de contenido explícito, esas cosas privadas que solo hacen las parejas.

—Ay, se me olvidaba contarte algo. Todas las noches, cuando tú y Sebastián andan en sus cosas íntimas, él me manda los mejores clips... para que yo me divierte viéndolos. Imagínate si los ancianos de la manada llegaran a ver esto... van a decir que tu mamá no supo educarte, y la van a despreciar más de lo que ya la desprecian. Una es su propia sangre, el otro su hijastro, heredero de un Alfa poderoso. Y ustedes dos, a escondidas de todo el mundo, revolcándose todas las noches en casa del Alfa...

—¡Desgraciada!

Ya no pude contener la furia que ardía en mi pecho, así que levanté la mano y, con toda mi fuerza, le di una bofetada en su linda cara. El sonido agudo de la bofetada resonó fuerte en la habitación silenciosa.

Elena gritó y se desplomó. Al caer volcó el portarretratos de la mesita, cortándose la palma con los vidrios. Sebastián entró como tromba, furioso, corrió a levantar a Elena que temblaba como una hoja.

Cuando me miró, tenía los ojos inyectados de rabia y asco.

—¡Ariana, qué estás haciendo?! ¡¿Estás loca?! ¡Elena solo quería invitarte a cenar con nosotros y así le pagas!

El padre de Sebastián también se asomó por la puerta, hecho una furia, mientras mi madre se acercó toda nerviosa, intentando explicar:

—Sebastián, Ariana no quiso hacerlo, seguro fue un malentendido... ¡Ariana, ahora mismo le pides perdón a Elena!

Elena, al borde del llanto, se refugió en los brazos de Sebastián como una víctima indefensa, desprendiendo ese aroma de Omega angustiado y aterrorizado.

—Perdóname, Sebastián, yo solo quería invitar a Ariana a nuestra... ceremonia. No entiendo por qué me pegó de la nada... No le eches la culpa a Ariana, seguro... no fue a propósito —dijo haciéndose la víctima, pero alcancé a ver un brillo de victoria en sus ojos.

Se me dibujó una sonrisa fría mirando a la pareja abrazada. Él no me hizo caso, me clavó una mirada helada y llena de odio, como si fuera basura.

—¡Ariana, discúlpate! —rugió, y me aplastó con todo su poder de Alfa.

Apreté tanto los puños que las uñas me atravesaron las palmas y empezó a salir sangre.

—No hice nada malo. ¿Por qué debería disculparme? —mi voz sonó queda pero inquebrantable—. ¡Los que tienen que pedir perdón son ustedes!

Una profunda decepción brotó en los ojos de Sebastián, junto con una pizca... de satisfacción apenas oculta.

—Ariana, ¿cuándo te volviste así? ¡Estás siendo... completamente irrazonable!

Sin dejarme hablar, el padre de Sebastián se acercó y tomó a Elena de los brazos de su hijo.

—Llevemos a Elena a la enfermería. Hay mucha tensión aquí y eso le puede hacer daño a una Omega. Yo me hago cargo del resto.

Sebastián se llevó a Elena en brazos, sin voltear ni una sola vez, mientras sus palabras dulces hacia ella se escuchaban por todo el pasillo. Mi madre siguió al padre de Sebastián, pidiendo disculpas una y otra vez, muy humilde.

Seis años fingiendo, seis años de puro teatro, y todo se vino abajo en un instante, todo se fue al carajo. Agarré la maleta que ya tenía preparada, salí de esa casa de mentiras y humillaciones, y me fui a un hotelito barato en las afueras del territorio.

Antes de irme, le mandé por correo a Sebastián el talismán de la manada que me había regalado, ese que simbolizaba su protección de Alfa, junto con la cámara que había sacado del peluche.

Planeé que le llegara justo el día de la ceremonia de apareamiento, como regalo de bodas.

Pensé que si yo desaparecía por completo, se acabaría toda esta pantomima, pero esa noche Sebastián me escribió un mensaje encriptado, con ese tono autoritario que siempre usa pero tratando de sonar calmado:

«Elena aceptó seguirme la corriente en esta ceremonia. Es lo que necesita la manada, y también así le devuelvo el favor que me hizo. La lastimaste, y eso me creó problemas con los viejos. Hacerte pedir perdón fue solo para calmar los ánimos, para que esos carcamales no se la agarraran con tu madre. No le des tantas vueltas.

Descansa. Te mandé hacer un vestido especial; ese vas a usar el día de la ceremonia. Pórtate bien. Acuérdate de que pase lo que pase, yo soy tu único Alfa. Eso jamás va a cambiar.»

Pero yo sabía que este espectáculo no era para esos supuestos ancianos, sino para mí. Solo mi completa desaparición podría terminar verdaderamente esta venganza ridícula.

Los dos días siguientes no volví a esa casa, y él tampoco me escribió. Seguramente andaba ocupado preparando esa ceremonia tan importante, comprándole joyas y vestidos elegantes a su querida Elena, todas esas cosas que simbolizan el estatus de una Luna.

El «regalo» que me prometió nunca llegó. Lo único que supe fue que, para tranquilizar a Elena que andaba nerviosa, se había gastado un dineral en comprarse una propiedad cerca del Lago Luna, llena de energía espiritual, que iba a ser solo para la futura Luna. Un lugar sagrado que todos los hombres lobo soñaban tener, donde dicen que las Omegas se vuelven más fértiles.

La mañana de la ceremonia de apareamiento le hice una última llamada. Tardó en responder; se oía ocupado dándole órdenes a Marcos, su Beta, con esa mezcla de impaciencia y emoción en la voz.

—¿Ya tienes listos todos los videos? Acuérdate, en cuanto pise el salón esa hija de traidor, los pones a rodar. ¡Quiero que toda la manada vea quién es realmente, y todas las porquerías que hicieron su papá y su mamá!

—¿Estás seguro de esto? Ya no hay vuelta atrás una vez que salgan esos videos. Y... esto es demasiado cruel para Ariana. —Marcos titubeó.

—¡Haz lo que te digo! ¡Llevo seis años esperando este día! —rugió Sebastián implacable.

—¡Y mantente pendiente de esa inútil de su madre. Que no se le ocurra hacer ninguna locura en la ceremonia!

Solo cuando Marcos se fue se acordó de la llamada perdida y contestó.

—¿Ariana? Ya va a empezar la ceremonia. Voy yo mismo a recogerte en el carro. Espérame en casa —había algo como expectativa en su voz que casi no pude descifrar.

—Te voy a contar un secreto. Por tradición ancestral, el Alfa solo va a recoger personalmente a su verdadera Luna para la ceremonia. ¿No es como si... te estuviera casando otra vez de forma oficial? —preguntó con dulzura calculada.

—Ya no te enojes más, ¿sí?

Miré el boleto de avión internacional que tenía en la mano, el que me iba a llevar lejos de todo esto, y se me dibujó una sonrisa sarcástica.

—Sebastián, felicidades a ti y a tu Omega por la boda.

Hubo un momento de silencio, luego prorrumpió en carcajadas, como si acabara de escuchar el chiste más ingenioso.

—¿Por qué me hablas así de repente? Todavía prefiero cuando me... dices de otra forma, mi amor. Espérame, ya voy para allá.

Cuando colgó, subí al avión que me sacaría del país y eliminé cualquier rastro que me conectara con él.

La ceremonia de apareamiento estaba por empezar, pero mi llamada seca no se le quitaba de la mente a Sebastián, y su inquietud iba en aumento. Justo cuando se disponía a ir por mí, Marcos apareció corriendo desesperado, con el talismán opaco que yo le había devuelto en las manos.

—¡Sebastián, estamos en problemas! ¡Ariana te devolvió el talismán que le diste! ¡Y... parece que también se enteró de los videos! ¡Se fue esta mañana en un vuelo internacional! Pero... pero dicen que el avión se encontró con una tormenta eléctrica en pleno vuelo... ¡se cayó!

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