El contacto favorito decía «Mi Preciosa Omega – Elena». Al abrir su chat, entre los emojis de corazoncitos que me revolvieron el estómago y montones de mensajes íntimos, encontré una foto en primer plano de la marca temporal en mi cuello. Las palabras que la acompañaban me partieron el alma.
«Ya te dije que solo la estoy usando. Yo mismo me encargo de borrar esta marca temporal después de la ceremonia. Ariana va a quedar como una idiota frente a todo el mundo. De ahora en adelante, mi única Luna eres tú, la única que va a llevar mi marca para siempre, mi Elena preciosa».
«Cuando seas mi Luna oficialmente, me voy a deshacer de todo lo que se interponga, empezando por la hija de esa zorra. Después de eso, te espera todo el poder y un Alfa que te va a adorar completamente».
«Elena, te amo. Tu aroma de Omega me vuelve loco, eres todo lo que necesito».
Miré el osito de peluche que tenía en la mesa de noche, el que me regaló hace seis años. En la penumbra brillaba una luz tenue en los ojos del muñeco: era una cámara espía.
Entonces desde el primer día había estado planeando cómo quitarme del camino, yo era su «estorbo», y mientras tanto yo, como idiota, seguía creyendo en sus mentiras, en esa farsa de amor y celos, convencida de que había encontrado a mi príncipe azul.
Me metí a las fotos que Sebastián tenía escondidas: ahí estaban todos, él con Elena, abrazándose, besándose, llevaban años en esto. Cada imagen me contaba lo mismo, sus encuentros secretos, Elena toda pegajosa entre sus brazos, despidiendo ese olor dulzón de Omega que los Alfas no pueden resistir.
Cada vez que había luna llena, él me venía con el cuento de que andaba súper ocupado en el trabajo, que no podía ni pensar en otra cosa, pero puras mentiras, se la pasaba con Elena en su escondite.
Todos los regalitos que me daba, que según él significaban que éramos especiales... Elena también tenía exactamente los mismos, pero a ella siempre le tocaban los mejores, los más caros. Elena era su favorita, la que él realmente quería, y yo nunca lo fui.
En el segundo chat encriptado hablaba con el organizador de la ceremonia de la manada: resulta que Sebastián llevaba seis meses planeando esta dichosa "Ceremonia de Aapareamiento" sin que yo supiera nada.
Él se había encargado de todo, desde dónde hacerla hasta quién invitar. Incluso había calculado exactamente cuándo iban a "descubrir" que soy hija de un traidor, para que me diera la máxima vergüenza y así poder deshacerse de mí delante de todos y salir como el bueno de la película.
Cuando Sebastián salió del baño, todavía goteando y despidiendo ese aroma intenso de Alfa, apagué el celular de volada y saqué un boleto de avión internacional para tres días después, justo el día de la ceremonia.
Durante la cena, el papá de Sebastián, el ex-Alfa, no dejaba de molestarlo con que ya debería escoger Luna, y Sebastián fingía que le molestaba y desviaba la conversación.
Él ya sabía que en tres días tendría su ceremonia. Estaba tan nerviosa que se me fue el cuchillo y hizo un ruido espantoso contra el plato, además de que no podía tragar nada.
Después de cenar, mamá me llevó al estudio con los ojos llenos de preocupación.
—¿Por qué te quieres ir tan de repente? ¿No que el aroma de Sebastián te tranquilizaba? ¿Ya le dijiste que te vas?
Al ver las canas nuevas que le habían salido, se me hizo un nudo en la garganta.
—No, ojalá me puedas guardar el secreto. Mamá, cuando me vaya, por favor cuídate mucho y no les hagas caso a los chismes de la manada.
Sabía que mamá ya había aguantado mucho, viviendo como marginada en la manada conmigo, "la hija del traidor". Sebastián podía pensar lo que se le diera la gana, pero mi papá nunca le hizo nada malo a la manada, y mi mamá nunca se metió entre él y sus padres, no tenían por qué sufrir por culpa de las mentiras de otros.
Al regresar a mi cuarto, Sebastián ya estaba ahí sin camisa, echado en mi cama como si fuera su casa, y se notaba ese olor fuerte y dominante que despedía.
En cuanto me vio, me agarró y me pegó contra él con esa fuerza bruta de Alfa, me tenía la espalda contra su pecho mientras me besaba y me mordía la oreja y el cuello, hablándome con esa voz ronca y caliente que ponía cuando andaba cachondo.
—¿Te molestaste? ¿Eh? Ya sabes que aún no podemos andar juntos abiertamente, yo arreglo todo lo de la ceremonia. Solo ve como si fuera puro show, una actuación, no le des tantas vueltas, mi linda beta. —Su aliento caliente me hizo cosquillas en el cuello.
—Ariana, tranquila, tú eres la única que me vuelve loco así. No seas difícil, ¿sí? Te compré algo especial, llega mañana, te va a encantar, ya vas a ver. —Y sus manos ya empezaban a recorrer mi cuerpo.
Me aguanté las ganas de vomitar y toda la vergüenza que me carcomía por dentro. Le sonreí como buena niña y asentí con la cabeza. Él no notó nada extraño; al contrario, ronroneó satisfecho mientras me apretaba más contra él y apoyaba la barbilla en mi cabeza.
Después de un momento, habló con cierta vacilación, aunque conservando esa autoridad innata de los Alfas:
—Es que... la Ceremonia de Apareamiento de la manada es algo serio, no se puede hacer a las carreras. Como tú eres... la más cercana a mí, a lo mejor...
—Está bien, voy —lo interrumpí suavemente.
Sabía perfectamente lo que quería decir: era mejor aceptar su farsa que quedarme esperando las sobras de algún reconocimiento, al menos así conservaba algo de dignidad.
Se sorprendió de que ya no estuviera peleando, pero como consiguió lo que quería, no preguntó más. Esa noche se quedó a dormir conmigo otra vez, me envolvió en su aroma poderoso de Alfa, como si fuera su tesoro más preciado, y yo ahí como muñeca de trapo, dejándolo hacer lo que se le diera la gana.
Al amanecer, Sebastián se escurrió de mi habitación como siempre, y aprovechando su ausencia, salí a tramitar mi desaparición definitiva del mundo licántropo: papeleos, solicitudes para eliminar mis marcas de olor…todo lo necesario para borrar mi existencia de aquí.
Lo último que esperaba era toparme con Elena en ese lugar.