Capítulo 3
El gesto de Caleb se volvió serio. Sus ojos se desviaron por instinto hacia la fotografía sobre la mesa.

Pero apartó la mirada, y su voz sonó indiferente.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Ese día prometiste que harías mi ceremonia de Luna —susurré—. Pero después dijiste que era muy débil, que no merecía ser tu Luna.

—¿Y? —El tono de Caleb se volvió impaciente.

—Olvidaste mi cumpleaños diecinueve. Y el veinte. Y el veintiuno —continué—. Pero nunca has olvidado uno solo de los de Lydia.

Caleb se dio la vuelta bruscamente.

—¡Ya cállate! ¡Siempre haces un drama por todo, siempre haciéndote la víctima! Si no fueras tan frágil y sensible todo el tiempo, tal vez yo no tendría que ser así.

Lo miré a sus ojos indiferentes, sintiendo el peso aplastante de su dominio de Alfa.

Así que era eso. Para él, mi sola existencia era un error.

—Tienes razón, Caleb —dije en voz baja—. No soy suficiente.

Me di la vuelta, sin mirarlo más.

—Los documentos están en el segundo cajón de la izquierda —dije, con la voz apagada—. Hay algo para ti ahí dentro. No lo abras hasta dentro de tres días.

No dijo nada y se fue. El reloj dio la medianoche y la habitación volvió a sumirse en un silencio luctuoso.

Abracé el viejo portarretratos, sintiendo cómo la vida se me escapaba, poco a poco. Quedaban dos días. No dormí nada esa noche.

***

Al amanecer, escuché el motor de un auto en la planta baja. Mis padres habían regresado con Lydia. Escuché sus acusaciones furiosas incluso antes de que entraran.

—¿Cómo te atreves a volver?

La puerta se abrió con violencia. La furia en los ojos de mi padre, John, parecía a punto de devorarme entera.

—¡Arruinaste la celebración de Lydia! ¿Sabes que lloró tanto que su loba casi pierde el control, suplicándonos que te perdonáramos? ¿Y no te da vergüenza? ¡Discúlpate con Lydia!

Cerré los ojos y respiré hondo. Dos días más. Solo tenía que soportar dos días más.

No siempre había sido así. Hubo un tiempo en que me trataba con esa misma calidez protectora.

En ese entonces, cuando mi loba tardaba en despertar, mi padre me tranquilizaba con paciencia.

—No pasa nada, Elena. Cada quien a su ritmo.

Cuando me quedaba atrás en el entrenamiento de combate, él mismo me enseñaba las posturas básicas una y otra vez, sin el menor rastro de frustración.

Pero después de que llegó Lydia, todo cambió. A los quince, ya cazaba sola. A los dieciséis, era una de las mejores candidatas para la reserva de guerreros.

Y yo, a los dieciocho, seguía con una loba patéticamente débil. Transformarme era una agonía y mis habilidades de combate eran las peores de toda la manada.

Me reemplazó, convirtiéndose en la hija perfecta y obediente a los ojos de nuestro padre.

Pero desde que Lydia llegó, una extraña debilidad se había apoderado de mí, empeorando por razones que no lograba comprender.

A menudo me sentía mareada y con náuseas, mi resistencia en los entrenamientos era pésima y ni siquiera podía realizar un simple ritual de curación.

Los curanderos de la manada dijeron que era una debilidad congénita y que necesitaba alimentarme mejor.

Pero por más que me esforzaba, mi estado solo empeoraba.

La decepción comenzó a verse en los ojos de mi padre.

—Mira a Lydia y luego mírate. Las dos reciben el mismo entrenamiento. ¿Cómo puede haber tanta diferencia? ¡Eres la pareja de un Alfa! ¿Cómo vas a proteger a la manada siendo tan débil? ¿Cómo esperas compartir las cargas de Caleb? Si no fuera por el decreto de la Diosa de la Luna, en serio dudaría que merezcas ser su pareja.

Con el tiempo, su decepción se convirtió en vergüenza. Era como si mi mera existencia fuera su deshonra. Y Lydia era la hija que lo enorgullecía.
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