Pasaron tres días. Lydia se acurrucaba en un rincón de la celda de plata, con el cuerpo cubierto de quemaduras por las cadenas.
Desde su rincón, recordó su último recurso. La manada había perdido a su única Luna y se encontraba en su momento más vulnerable.
Y ella era la única loba fuerte capaz de cumplir con los deberes de Luna. Así que fingió debilidad ante los guardias.
—Ya sé que el Alfa me odia, pero por favor, díganle algo de mi parte. La manada se está debilitando sin una Luna. Y yo soy la única que puede ayudarlo a recuperarse. Estoy dispuesta a pasar el resto de mi vida pagando por mis errores. Solo denme la oportunidad de servir a la manada, se los ruego.
Sin embargo, cuando Caleb apareció frente a la celda de plata, en su mirada solo había odio. No se inmutó; una mueca de desprecio torció sus labios mientras desenmascaraba la obvia ambición de la loba.
—¿Todavía sigues con tus jueguitos? ¿En serio crees que soy tan tonto como para no ver tus intenciones? Mataste a mi amor, a