Livia
Mi pecho subía y bajaba cargado de adrenalina, mirando con determinación cómo los hombres se marchaban y salían junto a la chica, dejándome a solas con Darío, quien no dejaba de sangrar y me miraba con tanta rabia con su único ojo. Ya sabía que él era un psicópata, pero que todavía me estuviera viendo con deseo, a pesar de las circunstancias, me hacía temer aún más su nivel psicótico.
—Los dos sabemos que no eres capaz —se burló—. Vamos, anda, córtate el puto cuello y aun así voy a follar tu cuerpo. Ganaré de cualquier forma.
—Eres un cerdo asqueroso —casi escupí—, y no soy tan imbécil para matarme, pero si con eso voy a impedir que tus sucias manos me toquen, yo misma me meteré en una trituradora. En tus putos sueños vas a tocarme, y tú has sido un imbécil al creer que después de estar con Matteo Vescari seguiría siendo la misma debilucha que conociste. Cómo te equivocas, Darío, al pensar que tú o cualquier hijo de puta pueden conmigo. Pueden golpearme las veces que quieran, pe