Livia
Respiraba agitada, rodeada de dos grandes hombres. Los identifiqué rápidamente por el estilo de sus tatuajes y, claro, sus rasgos los delataban. Alguna vez escuché a Matteo decir que muchos de sus enemigos podrían aprovechar la situación para saldar deudas con él; las triadas eran uno de ellos. Enemigos a muerte.
En alguna parte del camino me colocaron una bolsa negra en la cabeza y ataron mis manos. Siguieron conversando en su idioma, riéndose como si creyeran que yo no les entendía. «Imbéciles». Estaba grabando sus nombres, porque saldría viva de aquí y no perdonaría a nadie.
Hacían mofa de que mi marido lloraría sobre los restos de mi cuerpo, o que enloquecería cuando… me follaran hasta quitarme la conciencia, que descansarían hasta preñarme y que sufriría al no saber de cuál de todos era el bastardo.
Las náuseas que me dieron de solo escucharlos, de todos los planes macabros que tenían para mí, me producían repulsión. Sus existencias sobraban en el mundo; esperaba que pronto