El Shan Chu miró insatisfecho al Capo. Tenía una venda en el ojo y otra en la mano. No podía creer que una mujer tan pequeña hubiera hecho aquello, y menos con un hombre tan entrenado como lo era Darío.
—¿Qué vas a hacer con ella?
—Usarla —respondió sin más—. Le he hecho llegar algunas fotos a Matteo. Estoy seguro de que va a estar encantado.
—¿Eres imbécil? Eso solo desatará más su ira. Está acabando con todos tus activos; es cuestión de tiempo para que te encuentre. Por eso tenemos que largarnos de aquí, y a esa perra debes matarla ya o va a crear más problemas.
—No voy a matarla con lo cara que me ha salido —se levantó de la silla en su despacho y caminó por la estancia, pensando en una solución para su problema—. Necesito armamento y gente. Quiero más hombres y un plan para acabar con una gran parte de la ’Ndrangheta y desestabilizarlos. El viejo Enzo ya lo hizo una vez, así que no es tan difícil como parece.
—¿Olvidas cómo acabó? Tú serás el siguiente —puntualizó el jefe de las t