Livia
Los recuerdos se acumularon en mi cabeza como flashes, recuerdos vívidos en los que aquel hombre que toda la vida dijo ser mi padre me sometió a una constante tortura física y psicológica, donde me culpó por crímenes que nunca cometí. Aquel ser no era capaz de amar a nadie que no fuera él mismo; sentía placer al causar dolor, al ver el tormento de quienes, se suponía, debía proteger.
Por eso mismo, no me dolió cuando Alessio elevó el hacha que separó su cabeza de su cuello, rodando hasta mis pies como si fuera un balón. No sonreí, no lloré, no demostré melancolía o dolor. No demostré nada. Solo fijé la mirada en sus ojos abiertos y sin vida alguna. Elevé la pierna y empujé su cabeza hacia su cuerpo mientras ordenaba que lo recogieran y lo dieran de comer a los cocodrilos que tenían de colección.
Me fui al lago donde los tenían, apartándome de todos y recargándome sobre el barandal mientras veía cómo lanzaban la carne a los animales que comían hambrientos, algunos arrastrando tro