La puerta doble del despacho cedió después de que dos hombres empujaran con fuerza, dejando a la vista a Enzo sentado al otro lado del imponente escritorio de roble, luciendo tranquilo y con un trago de whisky en su mano. Alzó la cabeza y fijó sus ojos sobre el hombre que entraba con el arma colgando de su brazo, como si fuera otra extensión de su cuerpo.
—Qué deprimente —soltó sarcástico— y aburrido que alguien de tu categoría se rinda de esta manera. ¿Dónde está tu socio cuando más lo necesitaste? ¿De qué te sirvió mantener un juramento que no podías cumplir? ¡El honor vale mierda en esto, Enzo!
—Estoy listo —alzó los brazos recargándose sobre el espaldar—. Anda, mátame ahora.
Una sonrisa ladeada adornó su rostro y negó suavemente con la cabeza.
—No es tan fácil como crees —hizo un movimiento de cabeza hacia sus hombres, indicándoles que fueran a por Enzo—. Hay alguien que espera ansiosa por ti, ya sabes, para jugar al estilo que tú le enseñaste.
Soltó el vaso de color y se levantó