Livia subió a la avioneta, encendió la cabina y se colocó todos los accesorios. La torre de control de los Vescari se puso en alerta al no estar al tanto del movimiento, comunicándoselo de inmediato a Matteo, quien en ese momento se encargaba de torturar al hombre que había intentado huir después de robarle cincuenta millones de euros.
—¡Por favor, deje a mi familia fuera de esto! —rogaba, mientras era mutilado de la forma más cruel e inhumana.
—¿Por qué iba a hacerlo? Tú sabías que esto pasaría. Sabías lo que sucedería si te atrapaba. Nadie me roba sin recibir castigo por ello —señaló a la mujer y a los dos hijos que colgaban del techo frente a él, medio conscientes apenas—. Que estén así es tu culpa. Tú los condenaste a esto.
Se sentó frente a él, elevándole el mentón con una navaja de doble filo cuando este bajó la cabeza, avergonzado con su propia familia por haberlos condenado a aquel destino tan cruel por sus malas decisiones.
—Míralos y no te atrevas a cerrar los ojos —advirtió