Me costó contenerme para no poner en práctica mi plan al día siguiente. Le había dicho a Olena uno o dos días, así que lo mejor era esperar. Olena era endiabladamente desconfiada y astuta, y no me arriesgaría a que descubriera mi artimaña.
Lo que sí hice esa misma mañana fue despachar a Bardo con la información que obtuviera. Luego me fui a dormir en la cama, echando en falta a Mael tanto que sentía un hueco frío en mi pecho.
Resultaba obvio que luego de decirle que estaba experimentando dolores, esa noche Olena me obligaría a compartir su lecho con ella y con mi esposo.
—Tu sangre sabe diferente —comentó como al descuido mientras me hacía ponerle su hermosa bata de dragones. Mael, recién liberado de sus ligaduras a los postes de la cama, intentaba recuperar el aliento.
—¿Diferente, Majestad? —repetí, todavía ofuscada por su leche.
—Sí. Hoy tiene casi el mismo sabor que cuando te capturé —respondió dirigiéndose a la rotonda de divanes.
La se