Ignoraba si al ser capturado se había cerrado por instinto. O tal vez como no me reconocía, y me veía tan parecida a Olena, no sabía que podía hablarme de esa forma.
Agregué aceite de pino al agua tibia y hundí mi mano para revolverla. No había escuchado a Olena en el pasadizo, pero no iba a arriesgarme a que adivinara lo que ocurría.
—Mael —lo llamé, todavía mirándolo a los ojos mientras revolvía el agua.
Silencio. ¿Era posible que hubiera olvidado su propio nombre?
—¿Alfa?
Ninguna respuesta. ¿O tal vez era yo, tan contaminada como él? Humana, para colmo, con la sangre sucia desde mi nacimiento. ¿Y si había perdido la capacidad de hablar con mi mente?
Apreté los dientes y fruncí el ceño, lo cual volvió a despertar su curiosidad.
—¡Alfa! —repetí, esperando que eso fuera la voz de mando.
Se sobresaltó de tal manera que resbaló del taburete y acabó sentado en el suelo, mirándome con ojos desorbitados, agitado, su miedo e