—¿Qué hacemos con él, Majestad? —preguntó Friga.
—Córtale los colmillos por beber la sangre que no era para él. Las manos por robar, la lengua por mentir. Y los genitales por meterlos donde no debía —respondió Olena con sonrisa maliciosa—. Hazlo en público, y que sepan los motivos. Luego mátalo como más te guste.
Las amazonas se alejaron arrastrando a Alfonse, que seguía gimoteando y dejó un reguero de sangre de su nariz rota. Dos rubias ya llegaban corriendo a lavar el suelo de piedra.
Olena inspiró como quien disfruta el perfume de las flores y me dedicó una sonrisa complacida.
—Ahí tienes tu nueva habitación, Sivja. De ahora en más tú cuidarás de mi Alfa. Lo quiero fuerte y saludable, ¿entiendes?
Me incliné ante ella para ocultar mi alegría. Jamás lo hubiera creído posible, pero por una vez, las dos queríamos lo mismo.
—Cuenta con ello, Majestad —respondí de corazón.
—¿Adónde vas? —inquirió cuando di media vuelta para dirigirme a l