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Risa le susurró algo al cachorro, que permitió que Aine lo tomara en sus brazos. Dejó que Dana y yo pasáramos hacia mi sobrina y retrocedió hacia la pequeña que quedaba. Volvió a arrodillarse y le tendió ambas manos con las palmas hacia arriba.

Kian y sus hermanos rodearon a Aine para saludar sonrientes al cachorro, hablándole en voz baja y rascándole la cabeza. El pequeñín aceptó alegremente toda aquella atención, y hasta permitió que Kian lo alzara. Entonces Aine se agachó frente a Dana, la cachorra que me siguiera. La pequeña se escondió entre mis patas para olerla a distancia prudencial.

—Permítele alzarte, hija —le dije—. Así no te cansas. Y llegaremos más rápido a la comida.

En tanto, al otro lado del estanque, Risa había logrado que la otra niña le permitiera tocarla. Dana

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