—Comienza a hacerle masajes espinales —le indiqué, riendo por lo bajo con ella.
Mientras ella lo masajeaba suavemente, yo intentaba guiarlo con mi mente.
Nos llevó un buen rato, pero al fin tuvimos éxito.
Para nuestra sorpresa, Malec se descubrió tendido boca abajo en la cama y se apresuró a sentarse. Se miró las manitos, se tocó los pies, nos miró con ojos muy abiertos y se echó a llorar desconsoladamente.
Risa se volvió hacia mí desconcertada.
—¡Guau! —gimió Malec, tratando de imitar un ladrido.
—Creo que quiere volver a estar en cuatro patas —le dije a Risa, observándolo—. ¿Quieres ser lobo, hijo?
—¡Lo! ¡Guau!
—Bien, deja de llorar y presta atención.
El bebé obedeció como si hubiera entendido cada palabra. Y quizás as&iacut
Tal como previéramos, la destrucción del poblado y los cultivos mantuvo alejados a los parias y sus vasallos de las orillas del Launne. Se cuidaron de mantenerse a distancia, usando las colinas para ocultar sus movimientos. Y tal como previéramos, centraron sus ataques en los puestos al oeste de Reisling.Con cada nuevo parte que Mendel me enviaba, dábamos gracias a Dios por la providencial llegada de los solitarios. Sin ellos, no habríamos podido sostener nuestra posición en el recodo. Mi hermano y sus hijos se habían adentrado en las tierras al norte del puesto de Maddox, acompañados por unos pocos solitarios, hallando tierras baldías hasta que se aproximaron a las colinas.Allí descubrieron una ciudad rodeada por tierras de cultivo y pastoreo, y Mendel estimó que albergaba al menos un millar de habitantes. Evitaron el territorio controlado por los humanos, con intenciones de averiguar qu&ea
Quillan y Sheila estaban felices con la perspectiva de pasar unos días con su tía y sus primas. El problema resultó Malec. Cuando lo acomodé en la montura frente a mí y vio que sus hermanos nos despedían alegremente desde el camino, se echó a llorar desconsoladamente.Intercambié una mirada con Risa, que apretó los labios y suspiró. Desmontó de su yegua y se acercó a mi semental para tomar a Malec en sus brazos.—¿Qué ocurre, hijo? —le preguntó muy seria.Malec se trepó a su hombro, tendiendo sus bracitos hacia los niños.—¡Ki! ¡Se! —exclamó. Ésos eran Quillan y Sheila.—¿Quieres quedarte con ellos? —le preguntó Risa, retrocediendo hacia Kaile, Briana y los niños.—¡Ki, Se! ¡Mac! —Mac era como se llamaba a sí mis
Le acaricié una mejilla. Encontró al fin mis ojos, y los suyos sólo mostraban confusión.—¿Y qué tiene de malo ese sueño, vida mía? —pregunté con suavidad—. ¿No crees que lo causa la tensión de todo este lío?—Es siempre el mismo —respondió—. Muy detallado. Estoy segura que reconocería el lugar si lo viera. Y tiene esa sensación de recuerdo que tenían mis sueños con Malec, cuando aún no sabía que estaba embarazada.—¿Tú crees que es alguna clase de visión? —inquirí con cautela.Se encogió de hombros con una mueca, dejando en claro que no lo sabía, pero lo temía.—Sabemos que hay cazadores humanos en ese bosque —tercié, guardándome mi propia inquietud para tratar de tranquilizarla.—&i
Mendel y sus hijos se reunieron con nosotros un par de kilómetros al este de las tierras de cultivo de Rathcairn y continuamos camino todos juntos. Poco después avistamos un campamento improvisado y tres cabañas a medio construir, en las que trabajaban una docena de humanos.—¿Qué harán aquí? —inquirí, aprovechando la excusa para distraernos al menos por unos minutos de lo que nos traía al oeste.—Estamos llevando a la práctica la idea de Luna Risa —explicó Mendel guiñándole un ojo a mi pequeña, que enrojeció hasta las orejas—. Los que saben construir están levantando casas para los agricultores, que están ocupados en los campos. Si el clima acompaña, habrán terminado al menos diez viviendas antes que llegue la nieve, y los refugiados podrán mudarse aquí.—¿Todos los humanos?
—¿Encontraste rastros de vasallos o algo parecido? —le pregunté a Mendel, cerrándome a los demás.—No, nada. Ni siquiera campamentos de cazadores como la vez anterior.—¿Qué es lo que te preocupa, entonces?—No lo sé, Mael. Es algo en el aire. Huele a peligro.Risa nos escuchaba con la vista baja, y apretó mi mano en silencio.—¿Quieres que nos marchemos? —le pregunté.—No. Ya hemos llegado hasta aquí —respondió en un susurro—. A menos que ustedes descubran alguna amenaza concreta, prefiero que continuemos adelante.Y eso hicimos. Una vez más, descansamos unas horas después de cenar, y retomamos camino. Mendel y sus hijos, que estuvieran allí sólo meses atrás, recordaban el camino mucho mejor que yo, y podían guiarnos sin inconvenientes por el bosque a
Sentí un retorcijón de rabia y angustia. ¿Qué hacían allí, solos en el bosque como Risa soñara, alimentándose de animales muertos, tan cerca de la morada de su madre? Ahora que podía verlos de cerca, noté raspones y cortes superficiales en sus lomitos. Y estaba seguro que si me permitían lamerles los flancos, sentiría sus costillitas.Superada la sorpresa inicial que los paralizó cuando comencé a lamerlos, permanecieron muy quietos durante varios minutos, sin intentar hurtarse. Sus esencias se iban limpiando de miedo paulatinamente. Eran dos niñas y un niño, que de pronto reunió todo su valor y olió mi hocico.Entonces me eché con las patas delanteras dentro de su reducido refugio, tan separadas como podía, incluso deslizándolas bajo ellos. Una de las niñas, la más pequeña de los tres, se animó a
Risa le susurró algo al cachorro, que permitió que Aine lo tomara en sus brazos. Dejó que Dana y yo pasáramos hacia mi sobrina y retrocedió hacia la pequeña que quedaba. Volvió a arrodillarse y le tendió ambas manos con las palmas hacia arriba.Kian y sus hermanos rodearon a Aine para saludar sonrientes al cachorro, hablándole en voz baja y rascándole la cabeza. El pequeñín aceptó alegremente toda aquella atención, y hasta permitió que Kian lo alzara. Entonces Aine se agachó frente a Dana, la cachorra que me siguiera. La pequeña se escondió entre mis patas para olerla a distancia prudencial.—Permítele alzarte, hija —le dije—. Así no te cansas. Y llegaremos más rápido a la comida.En tanto, al otro lado del estanque, Risa había logrado que la otra niña le permitiera tocarla. Dana
Sabíamos que no podíamos deshacernos de todos ellos aunque fuera lo último que hacíamos en nuestras vidas. Y luego los sobrevivientes irían tras Risa y los cachorros de todas formas.No vacilaron al encontrarnos cortándoles el paso, y cargaron contra nosotros con sonrisas torcidas, pregustando la carnicería. Sin tiempo de pensar siquiera una estrategia que pudiera funcionar, ordené a los míos que los esquivaran, abriéndonos a ambos lados de la huella.Los pálidos se dispersaron persiguiéndonos—¡Atrápenlos! —ordenó una amazona a los pálidos, echando a correr por la huella con las otras tres—. ¡Nosotras iremos tras ella!Sus palabras me helaron la sangre. Por suerte, Risa y Mendel aún podían escucharme, y mientras esquivaba a un pálido, pude advertirles que las amazonas los seguían.A pesa