Luego, al girar su mirada hacia Damián sus ojos adquirieron un brillo predatorio y añadió con voz gélida—: ¿Cómo está tu conciencia, Damián? ¿Cuántas víctimas cargas en tus manos? Quiero que sigas recordando muy bien a aquel niño de diez años al que torturaste hasta dejarlo moribundo en aquel sótano lleno de ratas.
Damián contrajo los músculos de la mandíbula y la miró con expresión de incredulidad, sorprendido de que ella conociera todos sus secretos. Permaneció en silencio, consciente de las múltiples miradas que los observaban. En ese momento, llegó el cirujano y la anciana se dirigió a él con firmeza:
—Doctor, necesito que ayude a esta joven —dijo en voz alta, para luego susurrarle al oído—: Solo asegúrate de que los dedos sobrevivan... pero no repares demasiado los nervios para que nunca más pueda envenenar a nadie.
El médico asintió con complicidad mientras dos enfermeras se llevaron a Isabella, quien yacía inconsciente en la camilla, cuyos dedos amputados permanecían en u