En un acto de sacrificio final, el guardaespaldas se alzó como escudo humano cubriendo a Valentina mientras ella escapaba a toda prisa. Una ráfaga de disparos resonó en el lugar - los últimos disparos de cobertura del guardaespaldas antes de que los cuatro asaltantes ocultos lo derribaran en una lluvia de plomo. Valentina arrancó el vehículo con manos temblorosas, sus lágrimas nublando la visión mientras huía de aquella pesadilla.
Sin saber qué hacer, marcó el número de Mateo, quien atendió:
—Estoy ocupado ahora, cariño. Dime qué... —comenzó a decir, pero Valentina lo interrumpió con voz desesperada:
—¡Mateo, asesinaron a mis guardaespaldas! No sé si me están siguiendo. No sé qué hacer —gritó entre lágrimas, sin dejar de conducir mientras el pánico la dominaba.
Mateo al escucharla se puso de pie tan bruscamente que su silla cayó al suelo.
—¿Dónde estás exactamente? —exigió con urgencia militar.
—En el auto, estoy manejando. No sé a dónde ir... siento que me siguen.
—Obser