Capítulo 6 – Amenazas

La oscuridad se cierne sobre Emily. La habitación es preciosa, pero ella no desea estar en ese lugar. Prefiere la compañía de sus hermanos y aunque se encuentre dolida, la de su padre. Los acontecimientos de hoy han hecho mella en su vida ¿y cómo no? Si de un momento a otro ha pasado de ser una mucama a la mujer de un… no sabe cómo describirlo.

Pero Nicolay Romanov es el hombre más desconcertante, extraño y peligroso que haya conocido. Todavía su cuerpo tiembla por la impresión del peligro al que se vieron expuestos esta noche. Primero en el bar y luego en el estacionamiento. Se siente como en una película de Gangsters y ese hombre es el jefe. Aprieta los puños. Cubre su rostro. Siente miedo de encender la luz de la habitación. Cree que, si la mantiene de ese modo, despertará pronto de lo que parece una pesadilla.

Se haya dando vueltas por la recamara aun con el vestido puesto. No puede negar que el negro le queda perfecto. Pero no quiere ser parte de este teatro oscuro y tenebroso. La puerta se abre de golpe. Emily salta asustada. La luz se enciende. El asombro la viste, el ruso lleva un plato en la mano derecha y una bolsa de compras en la izquierda.

—No puede saltarse la cena —ofrece el plato. Ella no se miueve.

No es porque no tenga hambre. es porque Nicolay lleva la camisa abierta. El pantalón le cae en la cadera como una segunda piel. Sus pies descalzos la distraen. Él ladea la cabeza y un atisbo de sonrisa se asoma en su atractivo rostro.

Tiene que estar loca para que un hombre como él le parezca atractivo.

Pero lo es. Y no puede ni siquiera negarlo. Porque no puede mirar hacia otro lado que no sea su rostro que ahora se ha vuelto pétreo esperando su respuesta.

—¡Ah! Yo… eh.

—Deje de temblar. No voy a tocarla —expone con molestia —tome el plato, ahora.

Escucha su voz como un mandato. Tiene muchas ganas de mandarlo al cuerno. Pero piensa en lo que puede hacerle a su familia y se retracta enseguida.

—Si. Gra… —respira profundo antes de acercarse —gracias.

Toma el plato. Está cerrado herméticamente con una cubierta especial que mantiene la comida caliente y aun así huele delicioso. Su estómago gruñe.

—Tome la bolsa Emily. No tengo toda la noche para perderla en sus indecisiones.

—¿Qué contiene? —se nota la exasperación en el rostro del ruso.

—Ropa Emily ¿qué demonios pensaba? —resopla con enfado estirando su enorme mano hacia ella con la bolsa colgando.

—¿Y, ropa para qué?

El hombre no sale de su asombro. La mujer lo exaspera hasta el punto de casi arrepentirse de haberle hecho firmar el contrato. Si bien no se considera un caballero de brillante armadura, ella debería agradecer que la esta sacando del lodo donde se encuentra casi hasta el cuello.

—¡Para vestirse! —ella grita de miedo. Hiperventila —¿le gustaría andar desnuda por la habitación? —niega. Él sonríe sugerente. Descarado —. Porque en realidad no tendría ningún problema con eso.

Habla con expresión seria, pero su mirada lasciva la hace temblar visiblemente. Lo que Nicolay disfruta. Sabe perfectamente que le teme. El miedo alimenta su deseo por ella. Pero como hombre de honor. Oscuro y a la vez con códigos afianzados. Jamás la tocará. Pero puede hacer que lo desee hasta el punto de quiebre. Le gustaría mucho doblegarla. Que le suplicara poseerla.

El solo pensamiento hace que su cuerpo dormido por mucho tiempo. Reaccione.

—¿Qué ha dicho? —ahora es ella a quien la rabia la domina —. Es un grosero. Atrevido —arrebata la bolsa de las manos —. Yo no soy una de sus zorras ¡imbécil!

Grita. Con muchas ganas de patalear. Quiere golpearlo por haberle faltado los respetos. Le devuelve el plato casi lanzándoselo encima.

—Debe comer algo.

—No quiero.

No le da tiempo a reaccionar. El hombre se acerca con una agilidad felina aprehendiendo su cuello. Apretando lo justo para asustarla. No marcarla.

Ella jadea horrorizada. La nariz del ruso casi rozando la suya con las fosas nasales abiertas demostrando la ira contenida.

—No me agrada para nada repetir las cosas Emily Campbell. No soy un hombre de mucha paciencia y contigo he rebasado el límite.

—Yo… yo.

—Silencio —advierte con los dientes apretados al punto del dolor —tome el maldito plato y coma. No lo diré de nuevo.

—Si… si claro que lo haré —gime con lagrimas corriendo por su cremosa piel —. Lo… haré.

—Buena chica.

    

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