Mientras la cena toma auge en el comedor de la Mansión Romanov, un par de tortolos (o, quizás no tanto) descubren necesidades y secretos entre ellos. Nicolay descubre que por primera vez en su vida no sabe cómo actuar ante la situación que tiene enfrente: Emily, el amor avasallante que siente y el embarazo en circunstancias de cuidado frente a ello y Emily, que siempre ha sido muy analítica y cuidadosa. No tiene idea de, si perdonar la ofensa o derretirse por el hombre que le confiesa sus temores como principal tropiezo ante su manera de actuar.
—¿Cómo es eso que estas, aterrado? —Emily no se mueve del lugar, pero él da un paso adelante con la sortija en la mano.
Se hinca de nuevo para que por lo menos la acepte, la mira a los ojos con expresión de solemnidad. Él es quien debe estar arrastrándose a sus pies porque su trayectoria en su mundo no es un jardín de rosas y si Emily lo ama es por su buen corazón. Nicolay necesita de ella para mantenerse con los pies en la tierra y ya ha ente