Tras una tragedia en mi hogar, fui adoptada en mi infancia para ser criada y educada como a una princesa por el Rey más noble y bueno que haya conocido Éire. A pesar de ser feliz en el palacio, desde la adolescencia no he podido evitar sentirme atrapada, creyendo que no pertenecía al lugar que se me había dado. Soñé por años con poder cruzar esa muralla que me dividía del pueblo y cuando por fin puse un pie fuera, lo conocí, como si el destino así lo hubiera querido. Esa alegre melodía me llevó hasta ese chico amable de ojos grises que no dejaba de mirarme. Esa tímida sonrisa quedó atrapada en mi memoria desde aquel día, complicando todavía más mi compromiso con el Príncipe. Estoy tan agradecida por la oportunidad que el Rey y su hijo me han dado que no puedo cancelar nuestra unión o eso es lo que creía hasta que ese extraño logró enamorarme a primera vista, haciéndome dudar de mi lealtad, mostrándome lo que es el amor real.
Leer másHace mucho tiempo atrás, en el siglo XI, existió al sur de Éire un pequeño poblado, recordado por su bello paisaje, repleto de prósperos bosques y lagos de aguas cristalinas. Las flores adornaban con los tonos más vibrantes cada esquina, volviendo el pueblo un lugar de belleza sin igual. El paisaje era tan mágico que se podía imaginar a las hadas juguetear por los bosques apenas se ocultaba el sol, o por lo menos es lo que mi madre me contaba antes de arroparme.
Crecí corriendo libre y feliz por las praderas, para poder llegar a casa después de ayudar a mi padre a vender en el mercado. Vivíamos en un molino, que mi yo de 6 años lo veía enorme y majestuoso. Mi infancia fue muy feliz, al lado de mi mis padres y mi hermano recién nacido.
Puedo recordar muy poco de la noche de la tragedia. Yo dormía tranquila, cuando unos gritos y el calor del fuego me despertaron. Mi hermano lloraba mientras yo me sentaba tallando mis ojos. Mi madre solo me cargó sacándome de ahí con rapidez, pero un hombre alto la jaló del vestido, impidiéndole escapar, haciéndome caer de sus brazos, rodando por el suelo. Mamá me gritó que corriera y así hice antes de que pudieran atraparme.
Me adentré en el bosque lo más rápido que pude, sin voltear atrás, hasta que choqué con un soldado que me habló con amabilidad, averiguando que sucedía. No recuerdo lo que le dije, pero le señalé con los ojos llorosos el camino a mi casa. Estaba asustada y confundida cuando llamó a sus hombres a seguirlo para investigar. Un señor de barba blanca y una gran corona me limpió las lágrimas con su pañuelo, tranquilizándome y prometiéndome que todo estaría bien, mientras me subía a su caballo llevándome hasta su hogar. Desde entonces el rey Cormac se hizo cargo de mí, adoptándome como a su hija.
Todos me hicieron sentir bienvenida, incluido el hijo legitimo del rey, el príncipe Mael. En el pueblo era bien sabido que la reina falleció al dar a luz y que el rey había decidido no volver a casarse, así que solo eran ellos dos y yo. Mael tenía 10 años cuando lo conocí y desde entonces nos adaptamos muy bien el uno al otro. Se convirtió en mi amigo, mi compañero de aventuras y mi confidente. No existía cosa en el mundo que no supiera de mi ni yo de él. Crecimos juntos y nos veíamos como verdaderos hermanos, o eso es lo que yo creí.
El príncipe cumplió 20 y era hora de que buscara una esposa, tras la presión y preocupación de su padre, visualizando que en el futuro si su hijo no tenía descendientes y sufría algún accidente, se perdería el linaje de los MacCarthy. Así que en la fiesta del vigésimo aniversario de Mael, cuando se arrodilló frente a mí a la vista de todos los invitados, sacando el deslumbrante anillo que perteneció a su madre… mi vista cambió con rapidez de la hermosa joya en sus manos, a su rostro, en repetidas ocasiones, hasta que me desmayé.
—El anillo regresó a tu mano —fue lo primero que dijo Nathaniel, hablando con pesar al verme ingresar a su celda. El ambiente se sintió tenso, no fue como recordaba que se sintiera estar cerca de él. Pudo deberse al lugar en donde lo veía esta vez, nada parecido a los jardines, llenos de vida y armonía. El calabozo no era un sitio donde alguna vez pensé encontrarlo. Bajé la mirada, avergonzada al saber que yo era la única causante de su desdicha. Nathaniel me miró desde el suelo, en donde estaba sentado. En un rápido vistazo logre distinguir su hombro y torso vendado, comprobando que Mael no mintió sobre eso, lo que hizo que mi corazón saltara. El Príncipe a pesar de todo fue tan bueno como para dejarlo vivir, algo que ningún otro hombre hubiera hecho. Negue con la cabeza, procurando despejar mi mente para poder enfocarme en lo que tenía que decirle al hombre frente a mí. Me acerqué a él con pasos lentos, sintiendo la atenta mirada de los guardias clavada en mi espalda. No me sent
El sol en mis parpados me despertó. Parpadeé, reconociendo vagamente los muros a mi alrededor. Mi habitación pareció recibirme con los brazos abiertos, iluminada y cálida, tal como la recordaba. Al bajar la vista reconocí la desordenada melena cobriza del príncipe.La última vez que lo vi, Mael y yo discutimos en la torre mayor y ahora yo estaba acostada sobre mi cama, con mi mejor amigo ocultando su cabeza entre las sábanas.—¿Mael? —mi voz salió ronca.¿Por qué estaba aquí conmigo? ¿Qué hacía yo en mi habitación?El príncipe levantó el rostro, buscándome con aspecto confuso. Su mirada se mantuvo en la mía, haciendo que sus ojos se llenaran de lágrimas y soltara un suspiro de alivio, lanzandose sobre mi para darme el abrazo más fuerte que me hubiera dado.—¡Helen! Amor, pensé que no despertarías —su voz denotaba preocupación y antes de que pudiera protestar se alejó para dejarme respirar. Tomó mis mejillas con ambas manos para poder verme bien, con su pulso tembloroso y un aspecto de
Daria todo por ella.Repetí de nuevo en mi mente al verla postrada.Helen era tan bella, tan noble. No merecía esto. Si la hubiera dejado irse con ese chico no estaría luchando entre la vida y la muerte por mi culpa. ¿Qué debía hacer ahora? La amaba y me preocupaba dejarla ir con un completo desconocido. ¿Y si ese hombre le hacía daño? ¿Y si él solo jugó con ella y se aprovechó de su inocencia? No quería dejarla ir con alguien que ni ella misma conocía.Mantenerla a mi lado seria lo correcto, pero ¿Por qué no puede amarme como yo lo hago con ella?—Alteza, ya he terminado —Briana me habló en un tono dulce y compasivo.Me e
Acaricié su mano, pensando en cuanto daño nos habíamos hecho estos últimos días. Dentro y fuera del palacio los rumores ya debieron esparcirse. No tenía idea como nos verían de ahora en adelante y francamente poco interesaba. Cortaría la mano de quien se atreviera a señalar a la Princesa de alguna falta. Helen siempre temió lo que el pueblo pensaba de ella y si alguien se atrevía a juzgarla o burlarse de ella, eso la entristecería mucho. La princesa amaba a sus súbditos y siempre temió no cumplir con sus expectativas. Cuando despertara lo mejor sería decirle que lo ocurrido era un tema que se quedaría solo dentro del palacio y que todos los involucrados tenían prohibido hablar de ello. Ella era muy sensible y una mentira piadosa seria lo mejor.Mi padre acababa de irse, después de hacer las pac
—¡Auxilio! —el grito de ayuda llego a mis oídos como un susurro proveniente de la torre. No dudé en correr escaleras arriba, yendo de dos en dos con mi pulso acelerado, teniendo un mal presentimiento. Al acercarme la voz se oyó más fuerte, con el toque de angustia en ella—¡Alguien ayúdeme! ¡Por favor! —reconocí a la dama de compañía de Helen aferrada al marco de la puerta, llorando fuera de la torre.—¿Qué sucede? —pregunté asustado al verla tan conmocionada.—Alteza, es Helen —me tomó del brazo para llevarme adentro, olvidando por completo el protocolo.No tuve tiempo de reaccionar y mi mente quedó en blanco al encontrarla tirada en el suelo junto al
Cerré la puerta con mi mente todavía atormentándome. Sus gritos y los golpes en la madera hacían eco en las escaleras, perdiéndose en el silencio del corredor. Helen me rogaba a todo pulmón que acabara con su vida, haciéndome creer que sin ese hombre ya nada más tendría sentido para ella. ¿Cómo es que podía amar más a ese plebeyo por sobre mí? Bajé los escalones un paso a la vez, con su voz dando vuelta en mi cabeza. Odiaba escucharla llorar. No podía seguir oyendo esa voz desgarradora gritando que quería morir. Cubrí mis orejas como si me protegiera de un ruido fuerte, cuando en realidad apenas si era perceptible a mitad de las escaleras. Su traición me quemaba por dentro, consumiéndome cada que imaginaba a mi prometida en brazos de otro hombre. De pronto deseé desde mi enojo no volver a verla jam
Último capítulo