La noche era espesa, y aunque el silencio cubría la manada, el corazón de Tala latía con un ritmo frenético que no le permitía conciliar el sueño. Se revolvía entre las pieles, con la mirada fija en el techo de madera, mientras las palabras de Tania seguían resonando en su mente como un veneno imposible de expulsar:
—“Ese hijo no llegará a ver la luz… mi hijo, aunque no tenga sangre alfa, será el próximo líder de la manada.”
Un escalofrío la atravesó por completo. Se llevó una mano al vientre, acariciándolo con suavidad, buscando protección en un gesto instintivo. La frase se repetía una y otra vez, pero lo que más la perturbaba no era la amenaza, sino la certeza con la que había sido pronunciada.
¿Qué significaba exactamente “sangre alfa”?
Hasta ahora, Tala siempre había creído que el liderazgo se transmitía por linaje directo: el hijo de un alfa heredaba su fuerza, su poder, su derecho. Sin embargo, Tania había insinuado algo diferente, algo oscuro.
De repente, un pensamiento la gol