Regina miró el teléfono. Las seis y cuarenta. ¿Cómo era posible que no hubiera vuelto?
Quiso mandarle un mensaje para saber dónde estaba, pero recordó el coraje que él le había hecho pasar al mediodía y desechó la idea. El aburrimiento la hacía darle demasiadas vueltas a las cosas.
Seguía muy inquieta; para intentar calmarse un poco, encendió la televisión.
El reality que normalmente disfrutaba tanto, ahora no lograba captar su atención. Consultaba la hora en el móvil a cada instante. Las siete. Seguía sin aparecer.
La cena se había enfriado.
Si iba a tener que trabajar hasta tarde, ni siquiera fue para mandarle un mensaje y avisarle que cocinara después. Ahora, recalentada en el microondas, la comida no sabría igual.
Un leve fastidio comenzó a crecer en su interior.
De repente, se oyó el ruido de la puerta principal al abrirse. Sintió cómo el corazón le daba un brinco; sabía que era él. Se levantó de un salto de la silla y, al ver la figura que entraba desde el recibidor, una sonrisa