Gabriel era uno de los solteros más cotizados de la alta sociedad; aunque había estado casado con Regina, a nadie parecía importarle ese detalle.
Sabían que no estaban a la altura de la familia Solís y que Gabriel ni las voltearía a ver, pero el caso de Regina les dejaba un mal sabor de boca.
Él mostró su fastidio.
—¿No tienes otra cosa que hacer?
—¿Y tu novia? ¿A qué hora llega? Quiero conocerla.
Gabriel miró a Victoria y a sus amigas, que estaban de mal tercio. Era una de las pocas veces que había logrado salir en una cita con Regina, y no tenía la menor intención de que las interrumpieran.
Regina salió del baño cuando las vio. En lugar de acercarse, buscó una de las áreas de descanso más apartadas del centro comercial y se sentó.
Al poco rato, le sonó el celular. Era una llamada de Gabriel.
Contestó. La voz grave y profunda del hombre se escuchó al otro lado de la línea.
—¿Sigues en el baño?
—No, ya salí.
Hubo un segundo de silencio.
—¿Dónde estás? No te veo.
Regina miró el ascensor