Regina reservó en un restaurante de comida internacional. A esa hora, casi todos los clientes se habían marchado y apenas quedaban unas pocas mesas dispersas. Se sentó en una mesa apartada y discreta. Después de ordenar y entregarle el menú al mesero, sacó su celular.
Gabriel se tomó un poco más de tiempo. Cuando el mesero se retiró con los menús, fijó la mirada en ella y la observó en silencio por un instante. Luego, sonrió.
—¿Qué película quieres ver?
—La que sea.
Reservar boletos no era como apartar una mesa. Si se pasaba la hora en el restaurante, podían esperar o ir a otro lado, pero los boletos del cine se pagaban por adelantado y, si no llegaban a tiempo, el dinero se perdía. Además, podían comprarlos en la taquilla para la siguiente función sin que el precio cambiara mucho.
Pero para Gabriel, su respuesta fue una clara señal de desinterés. Regina notó que él no le quitaba la mirada de encima. A fin de cuentas, era ella quien lo había invitado; él ya había cumplido su parte del