—Usted es el jefe de Cardiología, lo vi en su gafete. Vine a buscarlo. No se preocupe, le traje algo… esto… esto es una pequeña atención de mi parte…
La mujer se apresuró a sacar un sobre grueso de su bolso y se lo puso a Mateo en la mano.
Con tanta gente mirando, era obvio que no lo aceptaría.
—Por favor, levántese. En el hospital no aceptamos estas cosas. Hablemos con calma.
—¡No me voy a levantar hasta que acepte operar a mi hijo! Y si me muero aquí, va a ser su culpa. ¡Usted me va a matar!
A Mateo le empezó a doler la cabeza y respiró hondo para no perder la paciencia.
—El doctor del que habla ya no trabaja con nosotros. Renunció. Nadie en esta clínica puede hacer esa cirugía. Le sugiero que intente transferirlo a un hospital en otra ciudad.
—Yo investigué. Me dijeron que esta clínica era la mejor para esta operación, que la recuperación era segura…
Mateo ya se estaba hartando.
—Ya le dije. El médico que hacía esa cirugía ya no está aquí. Por ahora, no hay nadie que pueda hacerla.