Regina salió del baño envuelta en una bata. Al ver que las sábanas y el edredón habían sido cambiados, sintió un gran alivio. Ese día, por fin, podría dormir sola y en paz.
Estaba agotada por los últimos dos días. En cuanto cerró los ojos, se quedó profundamente dormida y no despertó hasta el mediodía. El departamento estaba en silencio.
Después de asearse, se dio cuenta del hambre que tenía. Abrió la puerta de su cuarto y vio que la sala estaba vacía. Sobre la mesa había un termo, seguramente con su desayuno, pero no había rastro de nadie, ni siquiera en el balcón.
Entonces notó que la puerta de la habitación de al lado estaba entreabierta. Se acercó y la empujó con suavidad. El cuarto, de apenas veinte metros cuadrados, era sencillo y de un solo vistazo pudo confirmar que Gabriel no estaba allí.
“¿Se fue?”.
Regina sintió alivio, que se intensificó cuando descubrió una llave sobre la mesa del comedor.
“¿Significa que no volverá?”
Esa posibilidad la hizo relajarse; sintió alegría. Hast