Verónica sacó un espejo de bolsillo para revisarse el cuello. Al ver las evidentes marcas rojizas que lo salpicaban, su mente voló a las descripciones que había leído en tantas novelas románticas y recordó el pánico que había sentido esa misma mañana. Incómoda, se sonrojó hasta las orejas.
Regina carraspeó, adoptando una actitud seria.
—A ver, tienes que contarme todo.
Cuando Verónica iba a hablar, se escuchó el saludo de bienvenida de la tienda. Ambas guardaron silencio y levantaron la mirada hacia la entrada, donde acababa de entrar una mujer.
—Señorita, ¿en qué puedo ayudarla? ¿Busca algo en especial? Tenemos collares, pulseras, anillos… Manejamos perlas, diamantes o piedras de color. Con gusto le muestro lo que quiera.
—Hola, encargué una joya con una esmeralda y quisiera hablar con la diseñadora, la señorita Morales, sobre unos detalles del diseño…
Verónica se puso de pie, con una sonrisa amable.
—Usted debe ser la señorita Pineda, ¿cierto?
Cuando la mujer se volteó, Regina la rec