La casa quedó en silencio, y ahora solo estaban ellos dos. Regina se sintió un poco incómoda al verlo. Él también la observaba.
—¿Estás bien?
Tenía los ojos rojos y la cara demacrada; era claro que no la estaba pasando nada bien. Ella asintió.
—¿Ya comiste?
Andrea había pedido comida a domicilio, pero Regina no tenía apetito.
—¿No has comido?
—Acabo de salir del estudio de grabación, no me ha dado tiempo de comer.
Sobre la mesa quedaban algunos restos de la comida para llevar, pero todo era muy grasoso y le dio pena ofrecerle las sobras.
—Deja, te preparo una sopa.
—No te preocupes, yo lo hago.
Sebastián sabía dónde estaba la cocina. Entró y abrió el refrigerador. No había gran cosa: sopa instantánea, huevos, un par de bolsas de verduras y unas salchichas. Sacó todo y encendió la estufa. Regina se quedó en el umbral de la cocina, observándolo moverse con soltura. Poco después, salió con dos platos de sopa humeante.
—Acabo de comer.
—Come un poco conmigo.
Él despejó la mesa, colocó los