Gabriel apagó el cigarrillo, caminó hasta quedar frente a ella y le ofreció el termo que llevaba. Regina salió sin mostrar emoción alguna y cerró la puerta a sus espaldas. Lo ignoró y se dirigió hacia el elevador. Sin embargo, él la alcanzó y la sujetó de la mano. Ella se volteó para fulminarlo con la mirada. Él tragó saliva con dificultad.
—Desayuna antes de irte —le dijo con voz ronca.
—Suéltame.
Esta vez, la dejó ir sin forcejear. Observó su expresión sombría y, al recordar cómo se había sobrepasado con ella, sintió que la rabia la consumía. Se dio la vuelta para encararlo, con actitud hostil y una mirada de asco.
—Dijiste que querías que volviéramos. Y te dije que lo pensaría, que a lo mejor te daba una oportunidad. Pero ahora te lo digo fuere y claro: no voy a volver contigo.
La expresión de él se volvió seria y sus labios se apretaron hasta formar una fina línea. Regina reprimió el odio que bullía en su interior y continuó:
—Fui yo la que pidió el divorcio, sí, ¡pero tú estuviste