—No me crees, ¿verdad?
La expresión de Maximiliano se volvió seria. No era que Regina no le creyera, estaba sorprendida. ¡Jamás imaginó que Gabriel fuera capaz de algo tan brutal!
—Él no es una buena persona. Es mejor que me elijas a mí. Yo seré un patán, pero al menos voy de frente. A él le encanta jugar sucio…
—Para mí, son la misma cosa —lo interrumpió ella con dureza.
No soportaba escucharlo fingir ese cariño. Le provocaba asco.
—¿Hay algo más que quieras decirme?
Su gesto mostraba una impaciencia clara. Él la miró, dolido por su indiferencia.
—¿No te da ni un poco de lástima verme así?
Regina lo recorrió con la mirada de arriba abajo y dijo:
—No, ninguna.
Clavó la mirada en ella, buscando cualquier señal de que estuviera mintiendo. Pero ella no mostraba rastro alguno de emoción.
Recordó que antes, cuando estaban juntos, si a él le daba un simple resfriado, ella se quedaba a su lado, pendiente de que se tomara sus medicinas. Pero ahora…
Sintió como si algo dentro de él se rompiera