Alguien se acercó desde el interior y la puerta no tardó en abrirse.
—Qué bueno que viniste.
Regina vio que los ojos de Alicia estaban rojos; era claro que había llorado y se veía demacrada. Se le arrugó el corazón al verla así.
—Mamá…
Alicia se secó las lágrimas deprisa y forzó una sonrisa.
—Pasa, pasa.
Tomó a la joven de la mano para que entrara y cerró la puerta a sus espaldas. Regina vio que el señor Valderrama también estaba ahí.
—Papá.
Javier estaba sentado en una silla. Al verla, asintió con la cabeza.
—Gracias por darte la vuelta. Siento mucho la molestia.
—¡Sabía que no podías olvidarte de mí!
Maximiliano estaba recostado en la cama. No podía ver a nadie, pero reconoció la voz y sonó muy satisfecho.
Alicia le dijo con enfado:
—No te des tanto crédito. Ella vino por mí, ¿entiendes? Si no fuera por su consideración hacia mí, ni aunque te estuvieras muriendo vendría a verte. Si no fueras mi hijo, te juro que no me importaría si vives o mueres.
Se enfurecía más con cada palabra, h