A Regina no le sorprendió recibir la llamada de Mónica.
Sonrió de forma casi imperceptible.
—¿Por qué no iba a regresar?
Al otro lado de la línea, la respiración de Mónica se agitó y su voz sonó fuerte y chirriante.
—¡Gabriel ya se divorció de ti! ¡Ahora es mi hombre!
—¿Tu hombre?
Se rio. Vio un asiento libre a su lado y se acomodó, cruzando las piernas con elegancia. Su sonrisa era tan seductora como indiferente.
—Qué curioso, porque él me dijo que está soltero. Según él, ni siquiera eres su novia, así que no entiendo cómo puedes decir que es tu hombre.
Parecía que había tocado una fibra sensible.
—Tú y yo no somos iguales. Tú te metiste en su cama con tus trucos baratos para obligarlo a casarse contigo. Yo no soy una arrastrada. Lo nuestro es una relación normal. Llevamos un año juntos, y aunque no tengamos un título oficial, para todo el mundo ya somos pareja.
La hipocresía de Mónica le causó una risa amarga.
—¿Por qué siempre te pintas como si fueras una santa?
—Me acosté con Gabri