Lo pensara como lo pensara, todo era su culpa.
Era su culpa que ella estuviera sufriendo de esta manera.
Se sintió culpable y su expresión se suavizó al instante. Con delicadeza, metió la mano bajo las sábanas.
—Descansa, no pienses en nada más.
Regina solo recordaba la sangre, muchísima sangre, poco antes de desmayarse. Era sangre que había salido de su propio cuerpo.
Había perdido tanta sangre.
—Mi bebé… ¿está bien?
A Maximiliano le molestó ver cuánto le importaba ese bebé. No soportaba que se preocupara tanto por el hijo de otro.
Bajo su mirada angustiada, guardó silencio un momento antes de decir la cruel verdad.
—Ya habrá otros bebés. Ahora tienes que recuperarte.
Aunque ya se lo imaginaba, escucharlo de sus labios fue devastador.
Las lágrimas brotaron sin control. No hizo ningún ruido; solo lloraba en silencio.
Verla así le revolvió algo por dentro, le causaba repulsión.
Después de un rato, no soportó más y salió de la habitación.
***
Iba a fumarse un cigarrillo para calmarse, pe