La expresión de Gabriel se volvió seria.
—Entre ella y yo no hay nada.
Insistió una vez más.
—No te he fallado.
—¿Que no me has fallado?
Regina repitió sus palabras, con una risa de ironía y malestar.
—Tú sabes que no la soporto. Sabes cómo murió mi mamá. Ella es la hija de Mariana, la mujer que la mató. Y tú, una y otra vez, la defiendes. ¿Y todavía te atreves a decir que no me has fallado?
Gabriel guardó silencio por un momento.
—Sabes que Mariana es su tía, no su mamá. Mónica no te ha hecho nada. Y su vida tampoco ha sido fácil.
Regina apretó los puños.
—¿Te da lástima, verdad, Gabriel? ¿Y todavía te atreves a decir que entre ustedes no hay nada? ¡Está claro que no la has olvidado! ¡Todavía la quieres! Entonces, ¿por qué te casaste conmigo? Si no puedes olvidarla, ¡ve y búscala! ¿Qué haces aquí conmigo?
Él intentó calmarla con paciencia.
—No es eso. Solo estoy viendo las cosas como son.
Su tono se suavizó.
—Te di mi palabra y la voy a cumplir. Voy a poner distancia con ella. Pero lo