—¿Qué haces aquí?
—Solo pasaba por aquí y quise entrar a ver.
Mónica recorrió la tienda con la mirada, se acercó a un perchero y tocó la tela de un vestido. Luego, señalando uno en particular, ordenó:
—Quiero probarme ese.
Regina le echó un vistazo al vestido, pero no se movió.
—No es tu talla —dijo con un tono indiferente.
—Baja el que está colgado. Quiero probármelo.
—Es mi talla. No creo que te quede.
La cintura de Regina era diminuta, y Mónica no podía competir con su figura.
—Si me queda o no, es cosa de probárselo. ¿O qué? ¿En esta tienda no dejan que la gente se pruebe la ropa?
—¿Y de qué serviría? Aunque te lo pongas, no se te va a ver como a mí. Frente a Gabriel solo vas a quedar en ridículo, como una mala imitación. ¿Para qué te expones?
Mónica era cuatro años mayor que Regina, y por mucho que se cuidara, no podía competir con la frescura de la juventud. A sus veintidós años, Regina estaba en la flor de la vida; su cara, llena de vitalidad, era por naturaleza pura y encantado